Entrevista a Luis Fernando Chueca

octubre 31, 2008


Sobre La contemplación de los cuerpos


Luis Fernando Chueca es un atinado crítico y poeta. Esta es una entrevista que le hice luego de la aparición de su último poemario, Contemplación de los cuerpos y la misma que apareció en un medio septentrional y cálido de este bendito país.


El desfile mortuorio comenzó frente a tus ojos cuando tenías doce años, con la muerte de tu abuelo, ¿qué tanto te marcó aquel primer suceso?
Mucho. Supongo que como debe marcar a cualquiera, a esa edad, la conciencia directa de la muerte como un hecho concreto y, entonces, una posibilidad permanente. Esa huella me permite, al mismo tiempo, su uso como un símbolo que establece continuidad, porque abre la experiencia de la muerte, y de ruptura, ya que es la única “muerte natural” en el libro. Todas las demás, como anuncia el poema, serán muertes de gente que no estaba en edad de morir: hijos enterrados por sus padres, para decirlo de algún modo.
¿Hasta qué punto los atisbos de la memoria permiten recuperar la imagen de los seres ausentes y queridos? ¿Qué participación tiene el poema en todo esto?
Los poemas buscan esa recuperación. Son los caminos para lograrla, pero también son una barrera, pues el lenguaje es insuficiente frente a la memoria, tanto como la memoria supone una inevitable distancia frente a lo recordado.
Algunos de tus textos parten haciendo referencia a la escena de una fotografía, ¿es este recurso parte de la contemplación? ¿Hallas alguna similitud entre la practica de este arte con la poesía?
No me he detenido a pensar mucho en el significado de la fotografía, aunque estas han sido puntos de partida indiscutibles de muchos textos. Nuestra memoria de los ausentes se fija, muchas veces, a través de las imágenes que conservan (es un decir) sus cuerpos o sus instantes.
La segunda parte de tu libro, merece una atención detenida, esto sin duda se debe a que coge aspectos casi ausentes en la poética peruana de los 90s, que son los cruentos acontecimientos ocurridos entre Sendero y el Estado, durante las últimas décadas del siglo pasado, ¿qué fue lo que te motivó a ello?
Partió de la necesidad de volver la mirada a lo que hemos sido y a dónde estuvimos (como individuos, como sociedad y también como parte de la “ciudad letrada”) en esos difíciles años. La poesía de los 90 no habló mucho sobre eso y pensar insistentemente en esa ausencia temática, supongo, me fue provocando esas imágenes a modo de una deuda propia que había que pagar. Además, en la estructura del libro apuesto por integrar esos dos ámbitos de la experiencia de la muerte -la cercana (familiar, amical) y la que involucra al país- como parte del testimonio propio del personaje del libro, que intenta también convocar a identificaciones por parte de los lectores.
¿Se podría decir que este libro es una ofrenda al recuerdo de aquellos cuerpos ausentes y anónimos?
Exactamente. Aunque también intenta articular la sensación de desconcierto a la vez que elaborar un discurso crítico y autocrítico con relación a lo vivido.
¿Qué tanto uno se vuelve y, sin quererlo, parte de este “concierto funerario”?

Depende de cada uno el modo y la magnitud en que se asuma esa marca. Aunque la muerte es una experiencia que, en las dos dimensiones que comento, nos ha teñido y nos tiñe, inevitablemente.

¿Realmente crees que con el solo hecho de nombrar a la muerte se puede anular todo movimiento?
No. La muerte es la que anula todo movimiento, y la palabra “muerte” no llega a reflejar la intensidad de esa certeza. Y es ahí que se instala la batalla contra las imposibilidades del lenguaje.
En cuanto a este tema mencionas que ya está presente en tu primer libro, “Rincones” antecediendo incluso las lecturas de Lihn, Gottfried y Sánchez León, ¿nunca se termina de escribir el poema? ¿son los espacios en blanco tan inmensos como aquel descanso eterno?
El poema se termina de escribir, pero hay impulsos o fuerzas que obligan a retornar a ciertos ejes, temáticos en este caso. Así ha sido en buena parte de lo que he escrito.
Y para finalizar, una pregunta con un verso tuyo, ¿es posible mantener la mirada enfrentándote al vacío?Al menos eso he intentado, y las limitaciones del libro tienen que ver también con la imposibilidad o dificultad de hacerlo cabalmente.