febrero 03, 2009
cortesía oscar pita

ALGUNOS RECUERDOS DE LA ÚLTIMA FERIA EN TRUJILLO

Llegamos a Trujillo cerca de medianoche. Fue este último viernes, junto a Maty. Nuestro primo Carlos nos recogió en la agencia. Luego de dejar la mochila en el hotel lateamos un rato por el centro. Harto “cabro” en la plaza. Y por supuesto, aquel monumento castrado siempre en medio, gigante, musculoso y seguro maldiciendo a aquel sacerdote que mandó volar su pipi.

Después de almorzar con Carlos y conversar un toque con el tío Saúl, regresamos a la Feria. Ya era hora de leer nuestras vainas. El Babel Poética empezó a eso de las 4 y tantos. David Novoa metió un rollo inicial y hasta musiquita hubo. Nos encontramos con Paco Irigoyen, eterno vocalista de la banda de rock Víctimas del vacío y Miriam, su esposa. Éramos ya una manchita de chiclayanos. Bueno, es un decir pues sabíamos muy bien que Paco había nacido en Chachapoyas, Maty en Trujillo, yo en Santa Cruz y Miriam, en todo caso era la única nacida en esta bienaventurada ciudad.

En el transcurso del recital aparecieron Chicho Castillo, Jorge Hurtado, Victoria Larco, el gordo Javier Poicon, Alberto Benavidez, entre otros patas. Muchos de ellos no leerían. Había una regular cantidad de gentita sentada en las bancas de aquel jardín. Leímos y sacamos la huaracha. Tenía que ver a mi compadre Bethoven Medina. A las 6 p.m. presentaba su Arriero…

Nos encontramos con nuestro entrañable amigo Alberto Alarcón. Más repuesto que nunca. Le han hecho una operación a los ganglios que lo ha dejado rozagante y entusiasta. Nos saludamos con el hasta ahora escritor inédito Oscar Pita quien más tarzán presentaría la ultima novela de su pata Thays.

Con Jorge Hurtado y Tito, músico e integrante de Azulejos, enrumbamos hacia el cafetín. Allí habían quedado en verse con el bombardero César Gutiérrez. Tardaba un poquito así que salimos en su búsqueda y lo hallamos en la presentación de Ampuero, su pata carreta. A pocos minutos estuvo frente a nosotros, junto a su flaca, conversando en una de las mesas del cafetín. Llegó con unos chicos, uno de ellos, charapo èl, dijo conocerme y el otro, un gordito risueño y eléctrico dijo llamarse Gonzalo del Rosario. Pero claro que su nombre me sonaba, autor de Cuentos pa quemarse. A fines del año pasado me había enviado un correo múltiple para votar por su libro en una encuesta literaria, un libro que hasta hoy no he chequeado (es entendible el hecho por el cual no voté a su favor). El asunto es que el bombardero llegó con sus dos hinchas y se abrochó con la venta de dos ejemplares. ¿Precio de cada uno? 60 lucas. Pero se justificaba. La edición, hecha por el autor, era impecable, con interiores en cuche, acabado en mate, más de 500 páginas. Bien pagado. Mi compadre Hurtado lo había presentado el jueves último y desde ya tenía su ejemplar en casa.

Todos partimos al concierto de Rafo Raéz con quien estuvimos hablando horas antes, en el mismo cafetín. La primera vez que lo veía en plena performance. “Estaba nervioso”, me comentaría en la noche mientras bebíamos unas chelas en el Chaska, junto a Paco, Miriam, Maty, Luber Ipanaqué, Juaneco y Hurtado. Más de 300 gentes. O quizás más. Al finalizar cerca de 20 muchachos salieron a pogear con Viejo verde. Estuvo paja.

A eso de las 11 llegamos a la casa de José Carlos Orrillo, más conocido como Nesta y excelente fotógrafo. Allí se realizaría una reunión. El anfitrión nos recibió a los cuatro: Paco, Miriam, Maty y yo. Nos hallamos con Florentino Díaz, Omar Forero, Franco Castañeda, Benavidez, Novoa y otra gentita que no manyaba. Poco tiempo después llegaría Rafo y su flaca. La fiesta estaba tranqui. Hicimos un poco de time y fugamos. Rumbo hacia el Chaska. En la plaza nos veríamos con Luber quien temprano había llegado desde Piura.

Arribamos al Chaska cerca de medianoche. Allí encontramos a Javier Puicon. Horas antes nos había dicho que había obtenido el segundo puesto en el concurso de cuento organizado por la Feria. Claro, debía haber billete también para el segundo. Así no es, protestamos pensando en la celebración. Caballero nomás pues gordo, para la próxima tiene que ser fijo. Volvimos a ver a Rafo, quien había fugado antes que nosotros. Saludamos una vez más a Pita, a Cesar Gutiérrez y a Jorge Hurtado. Ya estaban sazonados. Entramos al fondo, donde no hubiera mucha bulla. Fue una madrugada tranquila, chevere. Escuchando a Lucibell. The cure, Dolores delirio. El bombardero partió junto a su flaca cerca de las 4. El Rafo también desapareció. Las chicas danzaron un rato y luego partimos a jatear. Una ligera garúa había mojado el asfalto. Las calles estaban calmadas, las casonas más aristocráticas que nunca.

Al día siguiente, domingo, volvimos a la Feria. Tenía que ubicarlo a mi amigo Bethoven Medina. Habíamos quedado en vernos para almorzar juntos. Pero no logramos verlo. Entonces en compañía de Henry Córdova, Luber, Juaneco, Maty y Rosita fuimos en busca de unas fuentes de ceviche. Para el corte. Bethoven justo nos halló y abrió sus alas de ángel de la guarda y partió hacia otra nube. De hecho que nos volveríamos a ver.

Nuestros pasajes estaban comprados para salir a las 8 p.m. Y como cerrando el círculo partimos hacia el terminal acompañados una vez más por nuestro primo Carlos. Y se unieron a la despedida Luber y Paúl Quispe. Partimos cuando una garúa tenue caía sobre Trujillo. Linda Feria. Sobre todo por ser –y no me cansaré de decirlo- un pretexto para ver a los patas y algo nuevo, ver a toda esa retahíla de riquísímas flacas que gracias al verano exhibían sus albos muslos bajo ese cielo liberteño.