Ricardo Musse en presentación de su último poemario

diciembre 22, 2009


Ricardo Muse, desde Piura, me acaba de enviar algunos rollos, entredichos y sobre todo un atribulado texto que leyó hace poco en la presentación de su último poemario "Apostasías". Yo no sé hasta qué punto ha llegado su religiosidad, su devoción hacia Dios. pero bueno, más allá de mis dudas y disentimiento, allí va dicho escrito:   


Cuando en el año 1 989 principié la escritura literaria, ni por acá se me pasó que le escribiría, ni siquiera un solo poema, a Dios. Aunque creía en él, ahora lo sé, con una fe desleal y apática; consideraba, en ese convulsionado tiempo, que mi literatura no podía rebajarse –de ninguna manera- con ese tema tan inútil, desfasado y con nula prestancia discursiva. Mis temas “alturados”, “edificantes” y “esenciales”, para mi poesía, eran: La soledad, la muerte, la injusticia, el desamor, el absurdo, entre otros.

Estaba mi alma envanecida, tan distante e indolente de Dios, que sólo mi soberbia intelectual sostuvo mis latidos durante buen tiempo. Escribí mucho: Diez libros en, aproximadamente, diez años; que –para qué negarlo- alimentaron estas ínfulas de privilegiado poeta; don éste que, ahora lo sé, me lo ha concedido, sin merecerlo, el Todopoderoso Hacedor de mi Espíritu.

Pensé que dicha altivez, con sus vanagloriosas secuelas dentro de mi corazón, me habían eficazmente amurallado, propiciándome una invulnerable autosuficiencia afectiva, proveyéndome de una imperecedera plenitud literaria; sin embargo, esa precaria fortaleza humana se derruyó, en abril del 2 007, cuando mi familia se destruyó completamente, ahora lo sé, mancillada e irredimible por toda la eternidad.

Recién en esa aflictiva condición, me acordé del Amoroso y Justo Padre que tengo en los cielos y le imploré: “Jehová, escucha mi oración, y llegue a ti mi clamor. No escondas de mí tu rostro en el día de mi angustia; inclina a mí tu oído; apresúrate a responderme el día que te invocare. Porque mis días se han consumido como humo, y mis huesos cual tizón están quemados. Mi corazón está herido, y seco como la hierba, por lo cual me olvido de comer mi pan. Por la voz de mi gemido mis huesos se han pegado a mi carne. Soy semejante al pelícano del desierto; soy como el búho de las soledades; velo, y soy como el pájaro solitario sobre el tejado. Cada día me afrentan mis enemigos los que contra mí se enfurecen, se han conjurado contra mí.” (Salmo 102, 1-8).

Me dispuse entonces escribirle un poemario a Dios, al cual titulé “Eternidad”; donde Dios se sitúa, en el circuito comunicativo, como un proactivo escuchante que oye con silenciosa misericordia los clamores angustiosos de su criatura; es un diálogo en un solo sentido, con un interlocutor que no responde verbalmente, que no contesta en el universo discursivo, que aparece enmudecido (pero no indiferente) hacia aquellas plegarias.

En enero de este año, ante la intensificación de la maldad en mi entorno vital más inmediato, planeé “Apostasías”. Éste es la contraparte de “Eternidad”; donde la voz verbal, condicionada por un espantoso estado anímico de vindicación, sólo vocifera a ese Dios Justo, agolpándosele –en su cataclísmica alma- la insoportable tribulación de la perfidia; diciéndole: “Oh Dios, no guardes silencio; no calles, oh Dios, ni estés quieto. Porque he aquí que rugen tus enemigos, y los que te aborrecen alzan cabeza. Contra tu pueblo han consultado astuta y secretamente, y han entrado en consejo contra tus protegidos.” (Salmo 83, 1-3).

Yo que afirmaba que constituía rebajar mi pluma poética poetizar la realidad de Dios, ahora sé que era necesario postrarme ante él para que, en su indescifrable gracia, me conceda la perpetua consolación, ante la malévola ignominia circundante. Ahora sé que, de aquí a un tiempo, debo escribir un tercer poemario para completar una trilogía literaria sobre el tema divino. Intuyo que aquel libro lo escribiré con el gozo que el Espíritu Santo me infundirá en su debido momento.

Y quiero terminar, agradeciendo a mi editor Luis Gil Garcés que ha restañado, en algo, mi corazón con sus catecúmenas palabras; al Club Grau por brindarme sus instalaciones para esta presentación; a mis imperecederos y dolientes padres y hermanos filiales; a los fieles amigos que todavía me quedan; a mis colegas de la Institución Educativa "José Jacobo Cruz Villegas" del distrito de Catacaos; a los hermanos cristianos, de las distintas denominaciones, que siguen orando por Mí y, especialmente, a Jehová de los ejércitos, que todavía sigue batallando para que, en su tiempo implacable, sus enemigos reciban, ineludiblemente, los agravios que suscitaron a mi creyente corazón.