Por Antonio Salerno
“Un hombre mediocre” es como debió
llamarse la infeliz historia que Marco Zanelli publicó este domingo en el
Suplemento Dominical de La Industria. Y
lo acoto como primer punto de vista no porque el escrito merezca alguna
nomenclatura –porque está claro: no valdría la pena-, sino porque describiría mejor
la condición narrativa de su autor. A las claras, su prosa trasluce una falta
total de identidad y concordancia. Además, demuestra problemas serios con los
regímenes de las palabras, algo que me sorprende por tratarse de una persona
que ¡escribe en un diario!
No conozco la edad cronológica del
autor de “Un hombre mediocre” –como llamaré a “Triste entrevista a un hombre
mediocre”-, pero sí puedo afirmar lo que su prosa infiere: una inexperiencia
que entorpece lo que busca expresar, la elocución de un aprendiz, que,
desvergonzadamente se atreve a publicar un escrito corriente, creyendo que ha
hecho algo aceptable. No sé cuánto tiempo lleve haciendo literatura Marco
Zanelli, pero lo que me queda claro, luego de leer ese mamarracho sin fortuna,
es que: o se trata de un principiante avezado o simplemente el autor no tiene
talento ni disciplina para la escritura. Sea el primero o el segundo el motivo
de su insignificancia quiero mostrar algunos de sus peores deslices, manchas
que entorpecen su chirriante elocución.
El relato dice así: “Si consigue una
silla ha tenido suerte, porque la mayoría de días (trabaja de lunes a sábado)
etc…”. Primero debo recomendar al señor Zanelli, si es que acaso luego de esta
crítica decide insistir en sus intentos de narrador, que tenga en cuenta el
tiempo en el que narra sus historias. En esta, es evidente, el presente es el
elegido, lo que me parece lo más perspicaz, ya que es un pasaje breve, aunque
retrospectivo; sin embargo, al comenzar con una descripción lineal del trabajo
del “Hombre mediocre”, debería mantener la linealidad del escrito, no decir “ha
tenido suerte”, sino: “si lograse conseguir una silla sería afortunado”, o,
“sería afortunado de conseguir una silla…”. Como segundo punto debería evitar
la especificidad ociosa e innecesaria que entorpece la lectura y la hace
incómoda y cutre. Un poco más de sentido común, señor Zanelli. No coloque usted detalles innecesarios entre
paréntesis, expréselos en la narración, use la fluidez de los grandes
narradores, lea más novelas de Faulkner o Hemingway, se lo recomiendo.
Antes de terminar el primer párrafo
se encuentran más desatinos. Él escribe al intentar describir lo fina de la
tela de una camisa raída por el uso: “la camisa tela de cebolla…”, cosa que me
parece una analogía absurda, discordante, hasta tonta, que nos demuestra su
torpeza y escasez de imaginación. Luego, continúa diciendo: “…la beca se le
agotó a consecuencia de las farras.”, expresión desafortunada, puesto que pudo
ahorrarse un error de régimen con practicidad, escribiendo: “…y le quitaron la
beca a causa de sus excesivas farras.”. Las becas no se agotan, señor Zanelli,
no son agua; en este caso la beca se resolvió, se la retiraron.
Al iniciar el segundo párrafo vuelve
a tropezar: “…una máquina de escribir Olivetti…”, especifica, al mismo estilo
de Bryce con su sillón Voltaire, es una imitación muy evidente. En este caso
decir “…en la Olivetti”
seguido de una breve descripción particular del objeto hubiera sido más
acertado, o “en la máquina de escribir marca Olivetti…”, si lo que se quería
era concisión.
En fin, lo que continúa es una larga
cháchara atemporal sin orden, a veces redundante, de la madre del personaje
central. Al parecer el narrador no ordena muy bien sus ideas en el momento
creativo y cuando comienza su elocución sus imágenes se bifurcan, tratando de
volver luego. Cuando ya es tarde, entonces cierra la historia sobre sus
errores, con deslices soeces como este: “…y ojeras en los párpados, piel
amarilla.”, como si las ojeras aparecieran sobre los ojos, y además cerrando la
enumeración antes de tiempo, como si “piel amarilla” se le hubiera ocurrido en
ese momento y por desidia o descuido no huera traspuesto el conector “y”.
Antes de terminar Zanelli corona su
mamotreto con un descuido más, al tratar de volver al presente, luego de hablar
del padre del “Hombre mediocre”: “Y ahí estaba él, con el ruido taladrante que se
hunde…”, ¿es evidente, no?, el autor saltó de tiempo por un instante, no volvió
al punto donde comenzó: “Sus dedos transitan el abecedario.”
No necesito continuar enumerando los
yerros de este relato. No se trata de una fe de erratas, sino de una crítica,
la de un lector que se siente ofendido por tener que tolerar la displicencia de
“redactores” como Zanelli, quien en sus artículos de opinión reniega de la
calidad literaria en la región, sin tomarse en cuenta, al parecer, o movido por
unas ansias enfermizas de protagonismo. Prestigio que a
las marras pretende alcanzar.
Termino recomendando al aludido leer
el libro “El cuento hispano-Americano” de Luis Leal, compilación breve pero
valiosísima de los mejores cuentistas y sus estilos. Además, exhortándolo a echar un vistazo a la
literatura de Chejov, quien nos ha dejado unos relatos breves magistrales, de
los cuales se puede aprender que la mejor receta para una prosa concisa no es
la complejidad ni la temática tópica, sino la anécdota. En todo caso, señor
Zanelli, debería usted cavilar en su determinación de literato, puesto que, por
el momento, se colige al leerlo que escribe con los pies. En conclusión: su
“aporte” no sirve para mejorar la trajinada narrativa regional, la empobrece y avergüenza.
Con toda sinceridad.