Vaivenes sutiles
Por José Donayre
Quizá la danza como baile poco tenga que ver con las direcciones que propone el tercer libro del poeta Stanley Vega. Al parecer, lo que busca sugerir el título Danza finita es la mudanza o movimiento constante que se registra desde los primeros versos del poemario: un punto de partida motivado por la belleza poética y el deseo erótico. Y es más que probable que “finita” se refiera diminutivamente a lo delicado y sutil, y no tanto a aquello que tiene –con el peso de lo obvio- fin, término o límite.
Con tales coordenadas que superan los bordes de lo humano, el lector tendrá la oportunidad de explorar la dimensión de un espacio cambiante. Los poemas forjados en este ámbito de partidas y llegadas –en el que la imagen límpida y la revelación súbita, trabajadas con una ironía que no busca efectismos sino la sobriedad y la trascendencia ante lo trivial y lo efímero– consiguen demostrar que lo evidente es una trampa (más) de la realidad. El poeta traza así un derrotero de epicúrea salvación.
En el ir y venir del protagonista como individuo o suma de sujetos. Vega urde versos cortos muy bien afilados, incluso pulidos con devoto y apasionado oficio para captar un mundo en fuga, que late y emociona en su fragmentada diversidad. Lírico, delirante y aforístico, el poeta, asimismo, irradia en 42 breves poemas una voz templada que sentencia, afirma y envuelve con acertada –y asertiva– precisión, sin sucumbir a la retórica tentación del registro ramplón o el manido recurso del cultismo académico.