A una semana exactamente de la presentación del poemario Antropología de la espuma de mi amigo Jimmi Marroquín, publico el rollo, las palabras que pronuncié el pasado 14 de febrero. Si se animan léanlo o en todo caso el Mouse es libre de ser usado para lo que a usted le apetezca...
Sobre Antropología de la espuma
Por Stanley Vega
Antropología de la espuma es el tercer poemario de Jimmi Marroquín (Arequipa, 1970), poemario que como el mismo autor lo señala en la dedicatoria, es un “testimonio” “pálido y leve, del amor”. La familia, los romances finitos y una brumosa ausencia convertida en cenizas se desgajan a través de los múltiples espacios sostenidos en las tres partes que contiene este libro: I. Diseño de la espuma, II. Antropología de la espuma y III. Relación de cenizas.
En la primera parte se observa el desentierro, ese crepitante retorno hacia el pasado, los primeros esbozos de algunos vestigios que insisten en permanecer como “una secuela supurante de imágenes” y que a su vez “renuevan, con aleve unción”, el fundado linaje. En algún momento me hizo recordar a Valdelomar, cuando dice: “Cada mesa, cada cubierto, cada silla, ayer participe del fervoroso monologo de amados rumores disidentes, yacen, hoy, inertes, sumergidos en la caudal irrisión de la polilla”. Pero definitivamente hay una diferencia entre ambos. Marroquín vuelve a sentir su infancia con el corazón ebrio y añoso. En él no cabe la añoranza subliminal. Le llega altamente volver a tener esa remota y cristalina mirada de aquel niño que fue. Es por ello se le escucha decir: “Vana infancia, / ora en ruinas, / ora invicta, / en la primordial / regencia de la espuma”. Lo único que hace es entregarse a ese caudal dialéctico e inminente del tiempo. Y es precisamente en aquel prolongado retorno que también vuelve a transitar antiguos parajes: “Es esta la casa, / la que nos guarecía / de la aviesa / liviandad de la intemperie, / yace hoy, abandonada, / luciente, / como un amoroso monumento de la nada”.
El redescubrimiento de cenagosos fragmentos de su antigua morada, de su lejana casa-madre, propicia en la segunda parte, nombre que da titulo también al poemario, el hallazgo intermitente de sus hermanos y hasta el reflejo de sí mismo, “el hijo prodigo”, quien ha olvidado quién es, habitando “acá y el allá”, “la trasparencia del fuego”. Su voz está cargada de acerados adjetivos (Indolente, espectral, insoslayable, enardecida, insoluto, falaz, irrito, aleve, obsesas) e incluso tiene un tono profético. He ahí que en un instante de resplandeciente certeza indique “No, no se ha ido / esta nostalgia afilada como estaca”, “cada risa, cada llanto, / cada suspiro envilecido / o flatulenta vigorosa, / cada grito destemplado, / son hoy pábulo de la corrosión irreductible”.Es aquí cuando el tiempo se convierte en una hamaca fluctuante y se oye al poeta precisar: “He visto, en irretornable y agónica sucesión, / el flujo espectral de mi niñez, / su falaz acaecer / en el sendero burbujeante de una afiebrada visión”
Lo que uno puede hallar en la tercera parte es ausencia, un ligero viento de desierto, colilla esparcida en la noche. “Aún cuando no lo merezca / es esta mi heredad, austera y vasta”, “una suma impetuosa de vaho y viento / añadida a la tumescencia de la carne”. Mas luego, cuando la imagen de la amada es aún palpable su piel se esparce y dice: “la rutina que me acerca a ti, que me hace buscarte / desfallecido y acechante, sin saber quién soy / ni quién eres, confundidos en un tullido y enervante sueño / hecho de gajos de este mundo”
En Antropología de la espuma sin duda se percibe la noción fatigosa y astillada que se tiene a la hora de paladear el camino desandado. Versos escritos cuando los músculos estaban probablemente exhaustos y en el pecho se avizoraba los disparos provocados por el tiempo y la nada. Sentado en una azotea “donde se pudre al sol trastos” y ya teniendo el presupuesto, bajo una tarde cualquiera, de que “nuestra historia ya fue contada por diligentes bocas anónimas, trivial hasta la nausea, deformada, parchada con imperativos circunstanciales, heroicidades cómicas y huera palabrería solemne”. Más allá de hacer uso de la ciencia, lo que Marroquín ha hecho es tratar de exorcizar sus recuerdos, de recurrir a sus artes de impenitente demiurgo: “Es esta, y no otra, la historia / - la espuma - / que nos pule / como morosos guijarros de un mar intraductible”