"Segunda persona", novela de Selenco Vega en Feria Ricardo Palma

noviembre 30, 2009



Mi estimado amigo Selenco Vega estará presentando este jueves 3 de noviembre a las 7:00 p.m. su flamante novela "Segunda persona" (Mesa redonda, Lima 2009) con la que resultó ganador del Premio Cámara Peruana del Libro Novela Corta 2009. La presentación estará a cargo de Ricardo González Vigil, Oswaldo Reynoso, Gladys Díaz Carrera, (presidenta de la Cámara Peruana del Libro) y Sandra López, la editora.

La cita será en el auditorio "Julio Ramón Ribeyro" y como el mismo Selenco me comenta los precios de cada ejemplar, por tratarse de aquel día, serán especiales y por supuesto el hombre estará firmando autógrafos con todo el gusto del mundo.

No se olviden, este jueves 3 de noviembre a las 7:00 p.m.

INVITACIÓN

noviembre 25, 2009

Estimados amigos, allegados o no, a la humanidad entera, les invito asistan este domingo 29 de noviembre a la presentación de este poemario, "Danza finita". El ritual se llevará a cabo en ´la 30º Feria del libro Ricardo Palma (Vértice del Museo de la Nación: cruce de las avenidas Javier Prado y Aviación, San Borja) , en la Sala "La palabra del mudo" a las 5:30 p.m.. La ceremonia expositiva y lírica estará a cargo de los poetas Carlos López Degregori, Selenco Vega y este desconocido servidor. Los espero. Sumas gracias.      

El lirismo esencial de Stanley Vega

noviembre 23, 2009

Este blogger junto a Ernesto Zumarán

Por Ernesto Zumarán *

La poesía de Stanley Vega asume desde el principio una revelación irreductible: La esencialidad y la concreción o lo esencial de la concreción. Esa poética breve no requiere como las poéticas amplias una posibilidad de desarrollo, sino por el contrario, como ya se ha dicho, la posibilidad de la concreción. Y Stanley asume en sus poemas dicha posibilidad porque parte del germen inicial de su propia experiencia que se plasma en la palabra lacónica, en un lirismo esencial, como ya lo ha hecho ver Carlos López Degregori al comentar la aparente sencillez o frugalidad de sus versos.


La reducción de las formas a lo elemental, así como la predilección por emocionar a través de la mínima expresión, son los criterios minimalistas que elige Stanley para entregarnos sus poemas estructurados bajo estas normas, que de por sí, se alejan de los manierismos de la moda literaria y del enrevesamiento de la frase, pues su esencialidad a contrapelo recupera como ya se ha reconocido antes, ese alumbramiento que le es propio a los textos breves, máxime si éstos tematizan sentimientos tan hondos como el amor o la tristeza, entendida ésta como conciencia de la muerte.


El sentido de la unidad que trasuntan los poemas de este libro ponen de relieve el trabajo de ardua abstracción que ha requerido el poeta para revelarnos, en puridad, su cosmovisión tántrica, es decir su espiritual equilibro en medio de un mundo escéptico y corroído por su apocalíptico caminar. Stanley logra trasladarnos a su espacio de tonos suaves y reflejos sutiles, que buscan en todo momento columbrar la historia ínfima y finita de cada hecho o cosa, en última instancia, con todo que se identifique con lo humano. Y es que quizás el mayor logro de este poeta, y que pocos reputan como valedero, es el haber hecho del silencio el mayor ejercicio de su esencial poesía, toda vez que la esencialidad más que el uso de versos cortos, es siempre la atrevida e inusual inmersión en los reductos de la experiencia poética, de donde es posible extraer la piedra de la locura del denso y avernal abismo que es el corazón del hombre. Sin ese previo transitar por el “camino púrpura”, no habría sido posible conseguir esa esencialidad que está sujeta en todo momento, en los poemas de Stanley, a ese vaivén inasible que es el silencio, ese decir a gritos que se abre sin pudor más entre las líneas de los versos que en los versos mismos.


Siempre he pensado que el desencanto de los poetas en sus poemas es aparente. Y el caso de Stanley no es una excepción, pues ese ir y venir entre las dos orillas de la vida, ese diástole y sístole que convocan la dualidad cósmica y mundana, no es otra cosa que el resultado de un único sentir que se trasunta al fin y al cabo, en una llana corriente utópica, la producción de un mito que toda poesía que nace del corazón explora y recrea en sus azorados intersticios. En este sentido, lo que las más de las veces nos parece desencuentro, nihilismo, pesimismo existencial, es en el fondo, la recuperación de lo esencial del hombre. Por eso el poeta termina diciéndonos:


“Enciende luciérnagas / en tu corazón llegada la noche”.


Todo lo demás se sintetiza, como por ensalmo, en este verso revelador, esencialísimo en cuanto a experiencia y determinación, inmanente de su propia incertidumbre. Es decir, el poeta urde la trama a partir de su laberíntico acontecer incierto para luego desenredarse, cual paradojal nudo gordiano en una luminosa cosmovisión. Por eso el desencanto no sólo es necesario y natural, sino que además forma parte de la absoluta unidad que es el hombre, a través de la cual es posible la exploración de todas las ramificaciones, las posibilidades del tema, siguiendo ese camino hasta que el poema adquiera existencia. Dentro de este contexto, uno puede vislumbrar que los poemas de Stanley no siempre exploran esas posibilidades, pues en la mayoría de los casos, dichas posibilidades brotan de antemano del poeta como relámpagos, bajo el espectro de la iluminación súbita, que le permiten luego trasladar lo esencial de la experiencia.


Pero quizá lo que más llama la atención es que cada poema conlleva intrínsecamente la fuerza iluminadora del adagio o el aforismo. Y es en los poemas donde confronta el amor y la muerte en los que nos deslumbra con esa revelación irreductible que hable desde el principio. Poder, revelación, sacrificio, son en síntesis los instrumentos que mejor encajan con la sencillez de estos 42 poemas, en los que Stanley Vega pone de manifiesto con un mínimo de imágenes, la reflexión filosófica como un elemento esencial.


Como el propio poeta en algún momento ha declarado, el tema de la muerte, es tan singular como el tema de la vida; lo mismo puede decirse de Eros y Thánatos, fervorosamente mediatizados por la experiencia personal; porque aquí Stanley Vega construye a partir de ambas orillas, consciente de que la única manera de salvar ese recorrido es alimentarse desde esos dos ángulos omnipotentes, desde esa perspectiva que lo conduce indefectiblemente a asumir la muerte, en su esplendorosa redención, y la vida, como un signo clave para entender la verosimilitud de la muerte.


Pero, después de sumergirse en la ciénaga del olvido, en las estupefactas orillas de la muerte, en la frustración y el caos, ¿por qué, al culminar la lectura de sus poemas, nos quedamos con la sensación de que todo ha sido un pretexto para reivindicar al hombre persistiendo en la palabra? Un gesto dantesco que importa el reconocimiento del amor en cada círculo de vida que el poeta da, a sabiendas de la fugacidad y delicuescencia de ese amor. Porque el amor a la mujer en estos poemas nos recuerdan “ese constante ser y no ser”, esa temprana ruptura de los dones amorosos, esa fugacidad doliente que el amor siempre anuncia desde que es concebido. Porque todo tiene su contrario, y el poeta parte desde ese ámbito para afrontar su pesadumbre, sabedor de que “los años caen igual que papeles arrojados en medio de la pista”, y que en medio de ese proceloso devenir el amor termina en humo, partida, caída inevitable, ficción inefable, húmeda tristeza o turbulento lenguaje.


Y todo amalgamado en base a un lenguaje, como reitero, sencillo y fresco, lozano y transparente, sin que en ningún momento la línea se desborde o caiga en el susurro o el devaneo. Poemas ordenados como por el espíritu, sin trampas ni técnicas al uso, y por ello, identificados con el corazón del hombre.


En resumidas cuentas, el poder de abstracción que convocan estos poemas, plenos de austeridad y purismo, encuentran su sustento además en la naturaleza directa de su textura, donde parecen desnudarse hasta retrotraerse a la fuente dorada de la infancia, de donde el poeta extrae sus mejores logros, y hacia donde vuelve cada vez que reinicia esa infinita búsqueda de la danza finita que lo convoca y presagia, consciente de esa cotidiana pérdida del acontecer agónico, que lo impulsa “a surgir de la voluntad de la nada” como a tomar “refresco de lima bajo una mañana de verano junto al mar”. Esa dualidad mortal lo eleva por encima de la forma a lo elemental, despojado al fin del decoro verbal, protagonista único de su exhalado silencio.




* Poeta nacido en Chiclayo. Hace poco obtuvo el 2do Puesto en el II Concurso Internacional de Poesía "Javier Heraud" organizado por la Fundación Yacana. El presente texto fue parte de la presentación de Danza finita en la Sala Escénica del INC de Chiclayo, el pasado 7 de noviembre y el cual, asi mismo será publicado este domingo en el suplemento Dominical del Diario La Industria de esta ciudad.   

Luis Fernando Chueca habla sobre "Danza finita" en Letras.s5

noviembre 22, 2009



No hace mucho que acaban de publicar en la conocida página web Letras.s5 un artículo sobre mi tercer poemario "Danza finita". Lo firma el poeta y critico Luis Fernando Chueca, quien hace poco la editorial del Rectorado de la Pontificia Universidad Católica del Perú le ha editado en dos tomos su más reciente trabajo: "Poesía vanguardista peruana". Al respecto, Ricardo Gonzáles Vigil ha señalado en el diario El Comercio que se trata del "mayor aporte que se haya hecho hasta ahora sobre nuestra poesía vanguardista, en tanto selección de los poemarios principales y estudio panorámico, como también acopio de documentos relevantes y guía bibliográfica".

Si les place leer el texto de Luis Fernando Chueca, hagan click en el siguiente link:


Entrevista a Luis Eduardo García

noviembre 14, 2009


“Yo no extraño los lugares en sí, extraño las vidas que viví en esos lugares”

Luis Eduardo García (Chulucanas, Piura, 1960) reside en Trujillo desde hace más de veinte años. Ejerce la docencia universitaria y el periodismo cultural en un conocido diario del norte. Obtuvo en 1985 el IV Concurso El Poeta Joven del Perú. Ha publicado Dialogando el extravío (1986), El exilio y los comunes (1987), Confesiones de la tribu (1992), Historia del enemigo (1996), Tan frágil manjar (2005) y el Suicida del frío (2009). Después de un largo silencio ha editado su cuarto poemario Teorema del navegante (Revuelta editores, 2009(, propicio motivo para esta entrevista.



El tercero y a la vez último de tus poemarios, Confesiones de la tribu fue publicado en 1992. Han transcurrido más de una docena de años, ¿en que momento surgió ese rompimiento con aquel extendido silencio lírico, la decisión de exponer a la luz Teorema del navegante?


Porque parte de la madurez y sabiduría que dan los años consiste en saber cuando callar y, por supuesto, cuando romper ese silencio. Aunque no hay que olvidar que la poesía también puede ser un grito mudo.


Dentro de todo esto, Luis Eduardo, se dio a conocer una nueva faceta tuya, la de narrador, con Historia del enemigo (1996) y claro, en Tan frágil manjar (2005) reafirmaste tu labor periodística, ¿cómo va el trabajo en ambos géneros?


El proceso de escritura de un poema no es igual que el proceso de escritura de un cuento o un artículo periodístico. Los tres, sin embargo, son formas de expresión con las que me siento cómodo. Pero si tuviera que elegir, elegiría la poesía puesto que se trata de un acto de creación absolutamente libre y gratuito.


Volviendo a Teorema del navegante, lo primero que pude notar es su aproximación al titulo de Juan Ojeda, El arte de navegar. Leyendo un poco más me encontré con este verso: “Su servidor, señores, / no será nunca como Vallejo, como Borges, / como Pessoa; / ni menos como Ojeda”. Sabía de tu admiración por Vallejo, Pessoa y Borges, pero lo de Ojeda es noticia nueva para mí. En todo caso, ¿de qué manera llegaste a encontrarte con la poesía de este excelente poeta chimbotano?, ¿en qué medida se ha valorado su obra en nuestro país?


Bueno, el viaje como una metáfora de la vida no es nuevo en la literatura universal. Por otra parte, quizás inconscientemente pensaba en Ojeda a la hora de ponerle título a mi libro. Él aparece al lado de esa trilogía por pura asociación. Es un poeta olvidado que me interesa por la fuerza que exudan sus versos, pero no más que Pessoa.


Adentrándome un poco más, percibí -me refiero sobre todo a la primera parte del texto, Mares interiores- cierto coloquialismo descarnado y un tratamiento posmoderno que ni siquiera se ha podido avizorar en tus tres poemarios anteriores. Cito algunos versos: “Te tocó perder, varón./ Caballero nomás. / Por un puñado de dólares / no te vas a hacer el valiente, / conchadetumadre, / hijodeputa”. O estos: “Jamás, queridos hermanos, me ganaré un Oscar honorario, un Grammy, un Nóbel o algo semejante a un Derby en Fiestas Patrias”, ¿a qué se debe ese giro, esa modo de voltear la tortilla?


Se trata de un coloquialismo que ha llegado sin que yo lo buscara adrede. Creo que los temas buscan su propia manera de expresarse.


Otro de los aspectos resaltantes es tu acrecentado desencanto, ¿a qué se debe todo ello?, ¿al cúmulo de los años, a la convivencia humana?


Creo que hay demasiados motivos para sentirnos desencantados. ¿A qué se debe esto? Supongo que a nosotros mismos, a nuestra condición de seres autodestructivos y egoístas.


¿Sirve de algo tener fe en este mundo?


Claro, nos ayuda a seguir con vida.


¿Es francamente la felicidad solo “un sustantivo, / un concepto, un nombrecito cualquiera”, simplemente nada?


La felicidad es un sustantivo, un concepto, un nombrecito cualquiera cuando es un sustantivo, un concepto, un nombrecito cualquiera.


¿Hasta hoy nadie ha venido hacia tu lado y te ha confesado “que la vida es un flaco favor de Dios, / fiesta por / nada, / grito en el silencio, / pólvora en gallinazo”?


No, la gente no suele hacer confesiones de este tipo. La poesía es una de las maneras de comunicar de manera profunda por qué el mundo es como es.


¿Cuáles son tus peores miedos? ¿Acaso la oscuridad, el silencio, la soledad o de pronto la muerte, el fracaso, el olvido?


Tengo miedos, como cualquier ser humano. Temo, por ejemplo, que alguien le haga daño a las personas que más amo.


En Confesiones de la tribu, una de las voces femeninas menciona que a la madre le gustaba cantar los boleros de Leo Marini, ¿en qué momento llegas a descubrir y disfrutar la música? ¿escuchas boleros?


Sí, me gustan los boleros. Los aprendí a escuchar de niño debido a que le gustaban a mis padres. Sin embargo, quizás por un deseo de completar una educación musical deficiente, escucho más jazz y música clásica.


Además de Sabina, ¿qué otros compositores e interpretes te agrada escuchar?


Me gusta mucho Serrat.


Desde hace varios años vienes ejerciendo la docencia universitaria, ¿te ha restado tiempo para tu labor creativa?


No, ¿pero a quién no le gustaría dedicarse a tiempo completo a la literatura?


¿Vale la pena sacrificar los años en pos de una vida pequeño burguesa y adocenada? ¿Es imposible ser un Pessoa, verdad?


Nunca he perseguido una vida burguesa y adocenada. Creo más bien en la vida libre y sincera. En cuanto a ser un Pessoa, creo que es demasiado insolente pensarlo.


Resides en la ciudad de Trujillo desde hace veinte años y supongo que has llegado a quererla e incluso odiarla como ya es típico en este tipo de relaciones hombre-territorio, ¿qué extrañas de Piura?


Yo no extraño los lugares en sí, extraño las vidas que viví en esos lugares. En realidad, casi todas las relaciones que los hombres establecen con su entorno son de amor-odio, tal vez porque la vida es en sí misma una contradicción.


Trujillo siempre ha tenido una sólida tradición literaria. Sin embargo, ¿es la figura de Vallejo una imagen referente o una luz cuya sombra ha opacado y viene opacando no solo a una, sino a varias generaciones de poetas liberteños?


Vallejo es un faro más que una sombra. Allá los que lo sienten como una sombra muy pesada.


¿Qué sabes de la nueva promoción de poetas y narradores trujillanos?


En realidad muy poco. A veces pienso que las nuevas promociones de poetas y narradores meten muy poco ruido, muy poca bulla y entonces nadie se percata de que existen.


¿A qué se aferra Luis Eduardo, mientras ocurra “lo que tiene que ocurrir”?


A mi cama, a mis libros y a la gente que me quiere.

 
(Fuente: Revista Entera voz N” 002, agosto de 2009)








Presentación de "Danza finita" en INC de Chiclayo

noviembre 03, 2009



Estimados amigos quedan invitados a la presentación de mi reciente poemario. Los espero.

Exordio



AGUAS VERDUSCAS SE VUELCAN
sobre mis brazos levantados.
Ríos de anatomías densas.
Ríos que al mediodía el sol suele lanzarle
sus astillas radiantes.
Estrepitosamente mis ojos caen
hundiéndose bajo el devaneo
eterno de sus lomos.
Respiran las nubes.
Carreteras que hierven sobre superficies
de grietas anónimas
anhelan ver la danza ominosa de la niebla.
Y de pronto,
la noche tenebrosamente acaricia
los mas remotes arcanos de los rincones.
Sucede esto en momentos
que prescindo del tiempo,
ese monstruo invisible que va derruyendo
nuestros cráneos tibios e inmensos
como una taza de porcelana
flotando en un espacio plagado de café
y otros fantasmas de individuo solitario.
Momentos en que prefiero
una noche medio viva
a cualquier pub destrozado
por uno de mis parpadeos inclementes
dignos de Sadoma y Gamorra.
Pasa que cada uno lleva su mundo
en el lugar menos exhausto.
Y he ahí yo pernoctando sobre las pestañas
de los durmientes.
Viento en mis mejillas.
Elevadísimo. Jalándole un pedazo
de noche a los cielos.
Y he ahí otra vez yo
trocando secretos por versos,
sin temor a que las palabras quemen
mis dedos al cogerlas
o simplemente al mirarlas desde cerca.
Y he ahí una vez más las calles,
benditas calles donde la vida se torna
en una cucaracha desesperadamente extraviada.
Huyo de las multitudes
pues en confabulación perpetua han decidido
dinamitar mi humildad sin permiso alguno.
En verdad digo
que acabo de percibir
la completa desintegración
de los hoteles en mi pecho.
Así, la garúa es hoy música deliciosa
en las pieles de quienes hicieron
el amor a oscuras,
encerrados por una torva presencia de muros,
lejos de la húmeda hierba y los turistas acampan ya
en jardines y parques.
El deliquio me permite observar gaviotas
que terminaron suicidándose en cables eléctricos.
Sus cuerpos,
péndulos de un tiempo inmemorable
golpean mi asombro
y cerrazones terriblemente fríos
perturban toda forma de cordura.
Y sin embargo,
una gota que ha dejado caer
el reloj sobre mi frente me ha desesperado.
Pienso en la posibilidad
de desflorar panales o árboles,
buscando el placer detrás de los cercos,
zarzamoras inventadas por mi conciencia.
Pienso en una civilización sin Hobbes,
metrópolis surgidas
como pensamiento líquidos,
solitarias casuchas de ramas secas
que van encegueciendo la litosfera nuestra.
La lluvia pesa como pocas veces este día
y mis carnes empiezan a sentirse barro.
Vivo en una ciudad petrificada,
hermosa puta que lame mis pies
y raspa mis sienes
con toda esa violencia insana de siglos.
Una ciudad es a veces un tonto laberinto,
útil para pisotearla
igual que a una cáscara de naranja
y ya no sentirse tan miccionado
como sus postes.
Discurro sobre líneas
que alguien empieza a engullir,
avenidas que se arrastran
sembradas en largos retazos de piel.
He recorrido junto a mi edad
sin haberla platicado nunca.
Soy un baquiano de mis propios olvidos.
Hago estallar mis vistas
para iluminar todo un millón de latidos
que sostengo entre las manos.


(Un poema de mi primer poemario Inútil inventario)