El lirismo esencial de Stanley Vega

noviembre 23, 2009

Este blogger junto a Ernesto Zumarán

Por Ernesto Zumarán *

La poesía de Stanley Vega asume desde el principio una revelación irreductible: La esencialidad y la concreción o lo esencial de la concreción. Esa poética breve no requiere como las poéticas amplias una posibilidad de desarrollo, sino por el contrario, como ya se ha dicho, la posibilidad de la concreción. Y Stanley asume en sus poemas dicha posibilidad porque parte del germen inicial de su propia experiencia que se plasma en la palabra lacónica, en un lirismo esencial, como ya lo ha hecho ver Carlos López Degregori al comentar la aparente sencillez o frugalidad de sus versos.


La reducción de las formas a lo elemental, así como la predilección por emocionar a través de la mínima expresión, son los criterios minimalistas que elige Stanley para entregarnos sus poemas estructurados bajo estas normas, que de por sí, se alejan de los manierismos de la moda literaria y del enrevesamiento de la frase, pues su esencialidad a contrapelo recupera como ya se ha reconocido antes, ese alumbramiento que le es propio a los textos breves, máxime si éstos tematizan sentimientos tan hondos como el amor o la tristeza, entendida ésta como conciencia de la muerte.


El sentido de la unidad que trasuntan los poemas de este libro ponen de relieve el trabajo de ardua abstracción que ha requerido el poeta para revelarnos, en puridad, su cosmovisión tántrica, es decir su espiritual equilibro en medio de un mundo escéptico y corroído por su apocalíptico caminar. Stanley logra trasladarnos a su espacio de tonos suaves y reflejos sutiles, que buscan en todo momento columbrar la historia ínfima y finita de cada hecho o cosa, en última instancia, con todo que se identifique con lo humano. Y es que quizás el mayor logro de este poeta, y que pocos reputan como valedero, es el haber hecho del silencio el mayor ejercicio de su esencial poesía, toda vez que la esencialidad más que el uso de versos cortos, es siempre la atrevida e inusual inmersión en los reductos de la experiencia poética, de donde es posible extraer la piedra de la locura del denso y avernal abismo que es el corazón del hombre. Sin ese previo transitar por el “camino púrpura”, no habría sido posible conseguir esa esencialidad que está sujeta en todo momento, en los poemas de Stanley, a ese vaivén inasible que es el silencio, ese decir a gritos que se abre sin pudor más entre las líneas de los versos que en los versos mismos.


Siempre he pensado que el desencanto de los poetas en sus poemas es aparente. Y el caso de Stanley no es una excepción, pues ese ir y venir entre las dos orillas de la vida, ese diástole y sístole que convocan la dualidad cósmica y mundana, no es otra cosa que el resultado de un único sentir que se trasunta al fin y al cabo, en una llana corriente utópica, la producción de un mito que toda poesía que nace del corazón explora y recrea en sus azorados intersticios. En este sentido, lo que las más de las veces nos parece desencuentro, nihilismo, pesimismo existencial, es en el fondo, la recuperación de lo esencial del hombre. Por eso el poeta termina diciéndonos:


“Enciende luciérnagas / en tu corazón llegada la noche”.


Todo lo demás se sintetiza, como por ensalmo, en este verso revelador, esencialísimo en cuanto a experiencia y determinación, inmanente de su propia incertidumbre. Es decir, el poeta urde la trama a partir de su laberíntico acontecer incierto para luego desenredarse, cual paradojal nudo gordiano en una luminosa cosmovisión. Por eso el desencanto no sólo es necesario y natural, sino que además forma parte de la absoluta unidad que es el hombre, a través de la cual es posible la exploración de todas las ramificaciones, las posibilidades del tema, siguiendo ese camino hasta que el poema adquiera existencia. Dentro de este contexto, uno puede vislumbrar que los poemas de Stanley no siempre exploran esas posibilidades, pues en la mayoría de los casos, dichas posibilidades brotan de antemano del poeta como relámpagos, bajo el espectro de la iluminación súbita, que le permiten luego trasladar lo esencial de la experiencia.


Pero quizá lo que más llama la atención es que cada poema conlleva intrínsecamente la fuerza iluminadora del adagio o el aforismo. Y es en los poemas donde confronta el amor y la muerte en los que nos deslumbra con esa revelación irreductible que hable desde el principio. Poder, revelación, sacrificio, son en síntesis los instrumentos que mejor encajan con la sencillez de estos 42 poemas, en los que Stanley Vega pone de manifiesto con un mínimo de imágenes, la reflexión filosófica como un elemento esencial.


Como el propio poeta en algún momento ha declarado, el tema de la muerte, es tan singular como el tema de la vida; lo mismo puede decirse de Eros y Thánatos, fervorosamente mediatizados por la experiencia personal; porque aquí Stanley Vega construye a partir de ambas orillas, consciente de que la única manera de salvar ese recorrido es alimentarse desde esos dos ángulos omnipotentes, desde esa perspectiva que lo conduce indefectiblemente a asumir la muerte, en su esplendorosa redención, y la vida, como un signo clave para entender la verosimilitud de la muerte.


Pero, después de sumergirse en la ciénaga del olvido, en las estupefactas orillas de la muerte, en la frustración y el caos, ¿por qué, al culminar la lectura de sus poemas, nos quedamos con la sensación de que todo ha sido un pretexto para reivindicar al hombre persistiendo en la palabra? Un gesto dantesco que importa el reconocimiento del amor en cada círculo de vida que el poeta da, a sabiendas de la fugacidad y delicuescencia de ese amor. Porque el amor a la mujer en estos poemas nos recuerdan “ese constante ser y no ser”, esa temprana ruptura de los dones amorosos, esa fugacidad doliente que el amor siempre anuncia desde que es concebido. Porque todo tiene su contrario, y el poeta parte desde ese ámbito para afrontar su pesadumbre, sabedor de que “los años caen igual que papeles arrojados en medio de la pista”, y que en medio de ese proceloso devenir el amor termina en humo, partida, caída inevitable, ficción inefable, húmeda tristeza o turbulento lenguaje.


Y todo amalgamado en base a un lenguaje, como reitero, sencillo y fresco, lozano y transparente, sin que en ningún momento la línea se desborde o caiga en el susurro o el devaneo. Poemas ordenados como por el espíritu, sin trampas ni técnicas al uso, y por ello, identificados con el corazón del hombre.


En resumidas cuentas, el poder de abstracción que convocan estos poemas, plenos de austeridad y purismo, encuentran su sustento además en la naturaleza directa de su textura, donde parecen desnudarse hasta retrotraerse a la fuente dorada de la infancia, de donde el poeta extrae sus mejores logros, y hacia donde vuelve cada vez que reinicia esa infinita búsqueda de la danza finita que lo convoca y presagia, consciente de esa cotidiana pérdida del acontecer agónico, que lo impulsa “a surgir de la voluntad de la nada” como a tomar “refresco de lima bajo una mañana de verano junto al mar”. Esa dualidad mortal lo eleva por encima de la forma a lo elemental, despojado al fin del decoro verbal, protagonista único de su exhalado silencio.




* Poeta nacido en Chiclayo. Hace poco obtuvo el 2do Puesto en el II Concurso Internacional de Poesía "Javier Heraud" organizado por la Fundación Yacana. El presente texto fue parte de la presentación de Danza finita en la Sala Escénica del INC de Chiclayo, el pasado 7 de noviembre y el cual, asi mismo será publicado este domingo en el suplemento Dominical del Diario La Industria de esta ciudad.