Juan Ramírez Ruiz: sin permiso para respirar, escribir o partir

junio 17, 2010



JRR, segundo de la izquierda, junto a su madre y hermanos.



“a donde vas así, Juanrra, ve pues pronto: /
dale al viento lo que pide”



JJR

Tres





Yo no sé en qué momento empezó nuestra amistad con Juan Ramírez Ruiz. Precisar el tiempo se ha vuelto una actividad irrealizable. Lo cierto es que cada vez que venía de Lima a Chiclayo solíamos reunirnos frecuentemente. Y es que en esta aldea no falta un buen recoveco para estacionarse y pasarla bien, conversando y bebiendo mientras los cigarrillos desaparecen en la oscura noche del asfalto y la lucidez aún late en el aire.



Encontrarse con él no era difícil. Bien se le podía hallar en algún evento artístico o caso contrario en casa de sus fallecidos padres, cuadra 13 de Arica, donde acostumbraba a encerrarse y escribir durante largas horas. Sus hermanas, doña Jesús o Estefanía le preguntaban al ocasional visitante su nombre y Juan decidía si salía o no. Los días estaban dedicados al trabajo escritural, a la creación. Pero si se trataba de un amigo cercano, no escatimaba el tiempo. Detrás de si cerraba aquella puerta blanca y partíamos hacia el centro.



De hecho, JRR nos llevaba algunos años, fácil para convertirlo en nuestro padre. No obstante, siempre supo mantener una inusual juventud. Parecía un miembro más de la promoción, sin duda el más conocido, un firme poeta desastillando el borde de un precipicio, presto a gritar o lanzar un anatema.





Dos



Lo recuerdo caminando con paso lento y firme. Metidas las manos en su aguerrida casaca crema y su sonrisa deslizándose hacia un costado. Esa ondulada melena tratando de nadar en las aguas del viento y aquel gorro amarillo que meses antes de partir lo perdió en algún lugar de la madrugada.



Lo recuerdo junto a su hijo Juan Manuel, quien tendría entonces unos catorce años y que con orgullo nos presentó a Matilde Granados y a mí en el INC. Lo recuerdo silencioso cuando en una reunión el grupo de gente era numeroso. Cogía su propio vaso y se aislaba en tanto los salud daban vuelta.



Evitaba hablar de Hora Zero. Pero para qué hacer referencia a este grupo si francamente bastaba hablar con él para poder entender y percibir la fuerza de la filosofía horazeriana. Las Palabras Urgentes no habrían podido surgir sino hubiese existido un JRR. Y claro, una muestra de su firma –que la quiso compartir- fue publicarla en Un par de vueltas por la realidad. Recuerdo, cierta vez acordamos en leer la poesía que últimamente se venía publicando en nuestro país, en investigar y ver el panorama y como no, volver a redactar un nuevo Manifiesto. Pero las circunstancias abatieron este proyecto, este ímpetu, nítida característica de su temperamento. La vida de Juan era en sí ya un manifiesto.





Uno



La última vez que lo vi fue en mi casa, una mañana del año 2006, en plena primavera. Fue el más extraño de nuestros encuentros. Ese día cayeron algunas lágrimas y hubo un momento de trance poético. Hasta ese momento no pude precisar nada ¿Qué otra cosa más allá de la muerte, el dolor sublime y el desempleo hay de predecible en la vida de un poeta? Tiempo atrás, me había traído algunos regalos de singulares significados, una pequeña pirámide de plástico transparente, papeles, cartulinas.



Ahora, me resulta difícil aceptar el hecho que un 17 de junio hayas partido brother. Se habla que un bus de América Express, placa UQ 3584 te atropelló en Virú. ¿Y qué hacías en aquel lugar compadre? Es inevitable y aunque haya pasado tres años, cuesta aceptarlo. Es por ello que aún tengo la sensación de sólo saberte lejos, esperando que en algún momento vengas por estos lares. Es tu vitalidad, tu inconformismo, esa rebelde poética signada en tus pasos lo que sin duda se resiste a morir.