Jamás me han simpatizado las motocicletas. Eso de treparlas como a un caballito de fierro y luego sentir el viento raspando tus mejillas nada que ver. Y si en alguna ocasión las he montado solo ha sido por algún motivo extremo. De eso hace varios años, cuando aún era niño.
Pero bueno, como todos saben, una moto es usada para transportarse de un modo más rápido y sobre todo económico. Gasta menos combustible que un auto y su piloto puede meterse como una lombriz entre tanto trafico; claro está, dependiendo de su pericia y su osadía.
Quizá uno de éstos patas, conocedor de su maquina y de las pocas monedas que sacaba de su bolsillo a la hora de parar en el grifo y viendo por encima de todo su condición de apremiado desempleado, no se le ocurrió mejor idea que sacarle el jugo a su bólido (es tan solo un decir, un pulimento de orgulloso propietario).
El asunto es que con su moto lineal empezó a competir con sus primos los mototaxistas y hasta con los mismos taxistas. Como pasajeros un máximo de dos personas y si se trataba de un ejemplar semejante a la suegra de Condorito, solo una. Costo de la carrera: al centro de la ciudad una luquita.
Cualquiera diría que lo brevemente narrado en los dos párrafos anteriores es una alucinación. Pero es cierto, a excepto del anónimo personaje. Y es un hecho cotidiano en las ciudades de Tumbes y Piura. La necesidad de sobrevivencia aunada al ingenio no solo se ve en Lima como puede apreciarse. Y hasta fácil que con el transcurrir del tiempo los dueños de estas motos lineales formen su sindicato, ¿Cuál sería la denominación? Qué sé yo. Lo único que sé es que cuando visites una de estas ciudades y veas a una de tus amigas montada en uno de estos vehículos no se te ocurra pensar que va con el enamorado o un pretendiente. Otórgate la posibilidad de la duda. Y si tienes la mente achorada créete un Erick Estrada o un Lorenzo Lamas.